N26, el neobanco con sede en Berlín, ha dado un paso que ya no sorprende a quienes siguen de cerca la evolución del sector fintech: ha lanzado su propio operador móvil virtual (MVNO) bajo el nombre de N26 SIM. Se trata de un servicio totalmente digital, basado en eSIM, sin contratos, sin papeleo, con acceso a la red 5G de Vodafone y tarifas agresivas, activable desde la misma app con la que sus usuarios administran su dinero. Es el más reciente, pero no el primero. La movida refleja una estrategia más amplia que está redibujando las reglas del juego en los sectores financiero y de telecomunicaciones.
Desde hace dos años, otros actores han explorado el mismo camino. Revolut ya ofrece telefonía móvil integrada en su aplicación en el Reino Unido y Alemania. En América Latina, Nubank lanzó en 2024 su propio MVNO, NuCel, en alianza con Claro Brasil. Aunque por ahora opera solo en ese país, ya hay reportes de que Nubank negocia un acuerdo similar con Telcel en México, lo que podría marcar el inicio de una expansión regional. Mientras tanto, en Estados Unidos, Zolve ha integrado servicios móviles en su propuesta para migrantes indios, ofreciendo números estadounidenses preactivados desde la misma app bancaria. Y en Europa, bunq aprovecha una eSIM para ofrecer roaming internacional con hasta un 90 % de ahorro.
Lo que estas fintech están construyendo va más allá de la diversificación de servicios. Es una expansión territorial que no depende de geografía, sino del ecosistema digital del usuario. En lugar de limitarse a administrar el dinero, buscan gestionar también la conectividad. Ya no se trata solo de ofrecer productos financieros, sino de convertirse en el punto central desde el que el usuario accede a su vida digital. En este modelo, la telefonía móvil no es un servicio accesorio, sino una palanca de fidelización, control y captura de datos.
En un mercado donde la diferenciación es clave para la supervivencia, el control de la conectividad ofrece una ventaja tangible. Un banco que también ofrece servicios móviles tiene más puntos de contacto, más datos y más capacidad de construir una experiencia unificada. El vínculo se vuelve más fuerte: cambiar de banco implica también perder conectividad, y los beneficios de integración —como datos gratuitos al viajar o facturación combinada— hacen que el costo de cambiar sea cada vez más alto para el usuario.
El verdadero valor, sin embargo, parece estar en los datos. Al operar como MVNO, los neobancos acceden a nuevas capas de información que complementan su visión financiera del cliente. Hábitos de navegación, localización, consumo de datos, horarios de uso, patrones de movilidad: todo puede ser cruzado con información bancaria para crear perfiles de usuario mucho más precisos. En contextos donde el historial crediticio es débil o inexistente —como en gran parte de América Latina, África o Asia—, estos datos pueden ser esenciales para evaluar el riesgo y diseñar productos personalizados.
Desde el punto de vista financiero, ofrecer conectividad también tiene lógica. Aunque los márgenes del negocio telco se han reducido, sigue siendo un sector de altísimo volumen: en Europa, por ejemplo, supera los 500 mil millones de euros al año. Para una fintech con infraestructura digital ya instalada, sumar un MVNO representa una inversión baja con retorno potencial. Incluso pueden permitirse operar el servicio móvil con pérdidas, si eso significa monetizar mejor su base de clientes o aumentar la retención. Es un modelo de subsidios cruzados que los operadores tradicionales, más rígidos y dependientes del ARPU, tienen difícil replicar.
La tecnología también ha jugado a favor de esta transformación. La adopción de eSIM y el surgimiento de plataformas como Gigs o 1Global han derribado muchas barreras de entrada. Ya no se necesita infraestructura física ni licencias de espectro para lanzar un operador móvil. Hoy, basta con una base digital sólida y una estrategia clara. Así, el banco deja de ser solo una app financiera y se convierte en un proveedor integral de servicios digitales: una plataforma desde donde el usuario paga, viaja, se conecta y organiza su día a día.
El movimiento de N26 en Alemania no debe leerse como un caso aislado. Es parte de una ofensiva más amplia, en la que las fintech dejan de aspirar a ser simplemente bancos, para convertirse en redes. Redes de confianza, de servicios y de datos. El desafío ya no es si otras las seguirán, sino cómo reaccionarán las operadoras tradicionales cuando comprendan que no están perdiendo solo clientes… sino territorio.
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